Si las callejuelas de Edimburgo, a su paso por ellas, lograran susurrarnos, desvelarían las miles de historias que demuestran que la ciudad siempre ha estado encantada.
Si las piedras consiguieran mediar palabra, lo harían describiendo las miles de vicisitudes por las que su gente ha pasado.
Si sus edificios pudieran hablar, contarían los muchos secretos que esconden sobre sus habitantes.
Pasado, presente y futuro tienen algo en común en Edimburgo: la ciudad siempre permanecerá bajo un halo de misterio. Misterio que mueve al viajero a querer conocer más. A ansiar empaparse de su historia, aquella que habla de batallas y de guerras. De epidemias y de desgracias. De vivos y de muertos. Conocer aquellas leyendas que convierten a Edimburgo en una ciudad especial. Diferente.
Una ciudad de atardeceres infinitos, de colinas que reinan y le dan forma. De literatura, antigua y reciente. De inventores, conquistadores y reyes.
Una ciudad con corazón en forma de castillo. De verdes y de marrones y de grises. De cielos encapotados. De parques eternos. De mares que aparecen y desaparecen ante tus ojos. De cuadros y de acordes de gaitas, su verdadera banda sonora.
Pero al caer la noche Edimburgo se transforma. Y es entonces cuando te das cuenta de que allí, lo creas o no, cualquier cosa es posible. Los cementerios se llenan de vivos y, entre sombras y claros, la ves tal y como es.
Tal y como ha sido siempre.
Tengo que hacer un tour ya por los países escandinavos… que envidia de todo lo que cuentas de Edimburgo.
Qué maravilla de ciudad. Al ver estas fotos es inevitable no pensar en Harry Potter aunque claro está que esta ciudad es más que una película. Gracias por compartir!