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Desde mi ventana viajo. Y dejo el tiempo pasar mientras observo el nuevo mundo que me rodea.

Oigo voces en el pasillo. En mi litera acomodo mi mochila a modo de almohada. Me meto en mi saco para protegerme del frío del aire acondicionado de mi vagón de segunda. El traqueteo del tren me adormece. Aplasto dos diminutas cucarachas que corretean por la pared.

Desde mi ventana huelo a curry. Un vendedor se asoma a mi compartimento y ofrece su mercancía. Cada varios segundos repite unas palabras en hindi. No consigo entender, pero le sonrío. Saco unas rupias de mi bolso y los intercambio por una bolsa de patatas de una famosa marca americana con sabor a paprika.

El vecino de la litera de enfrente me mira fijamente. Ya me he acostumbrado a que en este país esto ocurra de manera constante. No me incomoda. Me dice algunas palabras en inglés. “Where are you from?”. What´s your name?”. “Do you like India?”. Le pregunto por él. Está viajando hacia Varanasi con su mujer.

Desde mi ventana observo a la gente sin ser vista. El tren para. El cristal, amarillento por el paso del tiempo, me separa del sofocante calor exterior. La mugre está presente en cada milímetro del vidrio. Otro tren idéntico al mío hace parada justo enfrente. Solo veo hombres, algunos de ellos sentados en la puerta. Se amontonan junto a la salida. Varios aprovechan para respirar un poco de aire en las vías del tren.

Me acerco al baño, una letrina maloliente y sucia. Juego con la gravedad para mantener el equilibrio. El espacio es demasiado pequeño. Acabo lo antes posible para regresar a mi vagón.

Ahora es a chai a lo que huelo desde mi ventana. El tintineo de dos piezas metálicas me advierte de que en el pasillo alguien carga una tetera. Asomo mi cabeza al otro lado de la cortina. Apenas advierto el estrecho camino que queda libre entre las literas de la derecha y las de la izquierda. Hay gente por todas partes. Incluso en el suelo.

Desde mi ventana veo el paisaje mutar. Las montañas van dando paso a prados. Los prados a pequeños pueblos. Los pequeños pueblos a la oscuridad de la noche. La oscuridad de la noche, a la claridad de un nuevo día.

Desde mi ventana observo. Y me quedo hipnotizada con cada estampa. Es como si todo lo que ocurriera al otro lado del cristal fuera mentira. Una película cuyos fotogramas pasan rápidamente ante mis ojos. Vidas e historias y alegrías y desdichas y pobreza y aceptación. Y me emociono con lo que veo y a la vez me horrorizo.

Pero lo gris queda empañado por los vistosos colores de los saris de las mujeres. Por los turbantes perfectamente colocados de los hombres. Por las risas de los mayores. Por las carcajadas de los niños.

Desde mi ventana aprendo de lo vivido. Y acepto que existen tantas realidades como personas. Y que algunas de ellas nos quedan demasiado lejos.

O, simplemente, al otro lado del cristal.