Madagascar siempre me había sonado a país, buy cialis cuanto menos, fascinante.

Más de una vez me había planteado viajar por mi cuenta hasta él pero siempre por unos u otros motivos no lo había hecho. Cuando me dijeron en mi trabajo que me tocaba Madagascar como próximo destino para grabar el programa, no me lo podía creer.

Viajamos hasta su capital, prostate Antananarivo, con Air France vía París. Tan sólo íbamos a pasar un día y medio en ella. Los disturbios en las calles llevados a cabo por fuerzas militares en contra del presidente del gobierno la misma semana de nuestro viaje hicieron que tuviéramos que replantear nuestro plan de grabación. La
seguridad en las calles no estaba en su mejor momento y, como suele decirse, más vale prevenir que curar. Así que los lugares que pudimos grabar en Antananarivo fueron sobre todo aquellos más alejados del centro urbano.

Nuestro último día en la capital el cámara y yo nos dirigimos hacia el aeropuerto para coger un vuelo hacia Fort Dauphin, en el sur del país. Cuando llegamos nos enteramos de que nuestro vuelo había sido retrasado tres horas (algo al parecer bastante común en Madagascar). Así que facturamos las maletas y Fann, el chico que nos había recogido del hotel para llevarnos al aeropuerto y con el que nos había dado tiempo a entablar amistad, nos propuso llevarnos a un mercado cercano.

Los mercados son algo que siempre me han atraído. Sobre todo en países africanos y asiáticos. Creo que aportan más información sobre cómo se desarrolla la vida entre locales que ninguna otra cosa. Así que Fann nos llevó hasta el mercado de un barrio vecino al aeropuerto y nos dejó a nuestro aire. Creo que hay pocas cosas que me diviertan más que que me suelten con mi cámara en lugares como este!!

Verduras que nunca había visto hasta ese momento, frutas de todas las formas, colores y tamaños, carne, pescado, comida cocinada, cachivaches de todo tipo y hasta ropa. En aquel mercado había de todo. Pero lo mejor era ver a los malgaches en su día a día. Comprando. Vendiendo. Charlando. Viviendo.

Aunque era imposible entendernos porque ni nosotros hablábamos malgache ni ellos ninguna otra lengua, era fácil simpatizar. A veces simplemente un gesto basta para obtener una sonrisa. Quedaba claro que no estaban acostumbrados a ver a occidentales tan blanquitos por allí. Llamábamos muchísimo la atención entre ellos y se fijaban rápidamente en nosotros.

Lo que sí recuerdo y puedo destacar es que en ningún momento me sentí incómoda ni insegura. A pesar de la situación política del país, los malgaches hacían sus vidas como si tal cosa.

Madagascar es un país eminentemente pobre. Más de dos tercios de la
población vive bajo el umbral de la pobreza, con menos de 1€ al día. A pesar de contar con abundantes recursos naturales, estos no están bien gestionados, lo cual hace que el país no logre salir adelante.

La esperanza de vida rara vez supera los 50 años y las condiciones de salubridad son pésimas. Sin embargo, parece que ellos son felices. Y digo “parece” porque está claro que no conocen otra cosa. Pero vuelvo a repetir, son felices. Siempre tienen una sonrisa en sus caras y la alegría que se ve en ellos se transmite con una facilidad sorprendente. Algo que marca a cualquiera que visite este país.

Decidimos comprarnos un refresco en una tiendecita al lado del mercado y  sentarnos a observar. Comenzaba a gustarnos aquel ambiente. Madagascar tenía algo especial. Y eso lo confirmaríamos al llegar al sur del país. ¡¡Quedaba mucho por descubrir aún!!