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Aún con cara de dormida caminaba a toda prisa por la avenida Rothschild para llegar al lugar clave: el número 46. Podía contar con los dedos de una mano las horas que llevaba en el país. Y con tres dedos, las que había dormido. Mi avión había aterrizado en el aeropuerto de Ben Guiron en la madrugada, y entre unos trámites y otros apenas había tenido tiempo a descansar.

Pero no importaba. No era el momento de que se me pegaran las sábanas. Llevaba toda la vida queriendo viajar a Israel y no era cuestión de perder el tiempo metida en la cama. Por eso cuando descubrí que cada sábado el ayuntamiento de Tel Aviv organizaba una ruta guiada y gratuita por los principales edificios de la corriente Bauhaus en la ciudad, no lo pensé dos veces. Tenía que ir, aunque supusiera hacerlo con la cara llena de las arrugas que me habían dejado las sábanas. Así que me levanté de la cama en mi apartamento, me di una ducha fresca para despejarme, y corrí como pude para llegar puntual al tour.

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Y no fui la única. En total podíamos ser alrededor de 20 o 25 personas, cada una de nosotras de un lugar del mundo distinto. También había muchos israelíes que venían desde diferentes partes del país con muchas ganas de descubrir Tel Aviv. Todos en torno a nuestro guía oficial comenzamos a caminar por las calles de la ciudad atentos a sus explicaciones. Frío y serio, el guía comenzó a hablar y a introducirnos al mundo de esta corriente arquitectónica en la ciudad israelí. Hasta que, sin que nadie lo esperara, soltó la primera broma. Me di cuenta de que su humor negro prometía dos horas muy entretenidas…

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Israel es la ciudad que concentra el mayor número de edificios Bauhaus del mundo. 4 mil, para ser exactos. Precisamente por eso la Unesco le reconoció su valor y le otorgó a la Ciudad Blanca el título de Patrimonio de la Humanidad.

Nosotros, ni mucho menos, íbamos a ver esos cuatro mil ejemplos de Bauhaus, claro está. Pero sí los necesarios para hacernos una idea de la importancia de esta corriente para la historia y cultura israelíes.

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Empecemos por el principio

Para entender sus orígenes tenemos que hacer primero un viaje imaginario-temporal hasta el comienzo del siglo XX, cuando Tel Aviv aún no existía. Lo que hoy día son calles, carreteras, edificios y parques, por aquella época no era más que una inmensa extensión de dunas de arena a las afueras de Jaffa, una ciudad portuaria que vivía de cara al Mediterráneo.

Muy pronto varias familias judías compraron los terrenos que hoy corresponden a Tel Aviv y comenzaron a asentarse en ellos sin orden ni concierto. No existía ningún plan establecido para urbanizar la zona. Fue el británico Patrick Geddes el encargado de darle la primera forma a la ciudad allá por los años 20, justo antes de que los nazis llegaran al poder en Alemania y una oleada masiva de judíos emigrara a Israel.

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Este hecho resultó ser crucial para la historia de Tel Aviv. Casualmente se dieron todos los elementos en el momento justo: entre esa gran cantidad de judíos llegados de Alemania huyendo de los nazis se encontraban numerosos arquitectos. Estos se habían formado bajo la fuerte influencia del movimiento Bauhaus y, al aterrizar en Israel, se encontraron con una ciudad por construir. Una ciudad a la que darle forma.

Estaba claro: Tel Aviv acabaría construyéndose bajo las líneas arquitectónicas de esta escuela.

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El movimiento Bauhaus

Conforme nuestra ruta guiada avanzaba íbamos descubriendo edificios de unos y otros estilos. Incluso resultaba divertido intentar adivinar cuáles de ellos pertenecían a la línea Bauhaus. Muchos estaban medio en ruinas, abandonados y envejecidos por el paso del tiempo, aunque siempre había algún pequeño detalle que lo delataba como otro ejemplo más de la corriente. Los arquitectos que diseñaron cada uno de los edificios adaptaron las bases de la corriente a una ciudad en la que el clima desértico y mediterráneo eran importantes factores.

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El color blanco de las paredes, por supuesto, era el gran protagonista. También las formas curvas de las fachadas y balcones eran propios del Bauhaus. Las líneas simples y puras. La economía en el uso de materiales, la asimetría. La inexistente decoración, la búsqueda de la funcionalidad en los edificios… Todos detalles tan representativos de este estilo arquitectónico que no dejaban lugar a dudas de que me encontraba en la verdadera capital del Bauhaus.

Uno de los edificios que más me gustó durante la ruta guiada tenía un aspecto bastante singular. Por sus rasgos estaba claro que formaba parte de esta corriente, pero incluía en su fachada unas pequeñas incisiones a modo de decoración que despistaban un poco. Simulaban la sombra de las hojas de un árbol que crecía justo frente al edificio. El efecto era hermoso.

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Enseguida nos explicaron el por qué de este detalle: desde hace unos años, el propio gobierno de Israel está promoviendo la restauración y conservación de estos edificios tan importantes para la propia historia cultural del país. Una de las decisiones que se ha tomado es que, cuando una gran empresa o multinacional pide los permisos pertinentes para construir un gran edificio de apartamentos u oficinas, solo se les concede con la condición de que hagan de “padrinos” de uno de los antiguos ejemplares de Bauhaus, reformándolo y manteniéndolo. Lo más llamativo es que en muchas ocasiones ambos se encuentran juntos, uno al lado del otro.

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Con la reforma no resulta raro que nuevos artistas aprovechen para darles un lavado de cara y les añadan detalles que lo singularicen.

Más allá de Rothschild

Anduve aproximadamente un par de horas recorriendo los alrededores de Rothschild tras el guía, adentrándome en la historia israelí del Bauhaus paso a paso. Pero, cuando la ruta finalizó, decidí no quedarme ahí. Quería seguir descubriendo más edificios y rincones impregnados del sello Bauhaus repartidos por toda la ciudad.

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Y así, mapa en mano y tras muchas horas recorriendo calles y barrios, fue cómo llegué hasta el Cinema Hotel, en la plaza Dizengoff. Otro ejemplo de Bauhaus en lo que en su momento fue uno de los cines más antiguos de la ciudad y que hoy día, como su nombre indica, es un hotel temático basado en la historia del cine.

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Aunque era cliente entré a echar un ojo al interior. El hall, repleto de carteles de películas y elementos relacionados con ellas, es prácticamente un museo. Era curioso descubrir uno de estos edificios desde el interior. Me animé y pedí permiso en recepción para que me dejaran subir a la azotea, desde donde se obtenían unas vistas estupendas de toda la plaza y los edificios que la rodeaban, muchos de ellos, para variar, también construidos bajo inspiración Bauhaus.

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Andaba embobada allá arriba, recreándome con todo lo que veía alrededor y pensando en lo curioso que resultaba que un movimiento surgido en Alemania hubiera llegado a tener tanta importancia, precisamente, en la ciudad israelí. En el edificio de enfrente unas simpáticas figuras de personas adornaban algunos de los balcones. De repente un par de gotas cayeron sobre mi cara. Miré al cielo y parecía bastante despejado, así que no le di importancia. Me di cuenta del enorme cansancio que arrastraba, el que llevaba acumulado desde el día anterior, y pensé que quizás era buen momento para pasar por el apartamento y reponer un poco de fuerzas.

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Declaré por finalizada mi ruta Bauhaus por Tel Aviv, regresé a la calle y comencé a caminar.

Una hora más tarde, cuando llegué a mi apartamento, estaba completamente empapada.