Fieles orando en una mezquita de Estambul

¿Cuántas veces habré presenciado un momento como este en mis viajes…? Soy incapaz de acordarme.

Quizás sean de los minutos más impresionantes que se viven cuando se visita un país de religión islámica. Y no es porque los ritos de otras creencias no asombren igualmente. Todos tienen su atractivo. Pero, viagra sale si tuviera que elegir, creo que me quedaría con la hora del rezo musulmán.

A quien no no haya visto antes un momento como este,  le suele coger por sorpresa. De repente, y sin esperarlo, se comienzan a escuchar por altavoces que parecen estar por todas partes, la voz del almuecín, casi cantada, llamando a la oración.


Pocos son los minutos que transcurren hasta que los primeros fieles comienzan a llegar a las mezquitas. Un goteo incesante que se convierte, finalmente, en decenas, centenas e incluso miles de musulmanes que se colocan uno al lado del otro (con su alfombra perfectamente alineada) para comenzar el rezo.

Lo más increíble es ver cómo del primero al último, y casi al unísono, comienzan las reverencias y rezos que tan perfectamente conocen. Como si de una coreografía se tratase…

Todo esto lo convierte en un momento absolutamente mágico.

MI PRIMERA VEZ…

Me acuerdo perfectamente de la primera vez que oí a un almuecín llamando a la oración.

Me encontraba en Egipto (buen país para estrenarse en el mundo musulmán), en la cubierta del barco en el que navegaba por el Nilo. Estaba atardeciendo y se veían, perfectamente definidas, las siluetas de las casas y mezquitas de los pequeños poblados cercanos al río. Todo era paz y tranquilidad cuando, de repente, empezó la llamada. Era como si a alguien le hubiera parecido buena idea ponerle banda sonora al paisaje de ese momento.

Sólo tenéis que imaginaos la situación… ¡No se me olvidará jamás!

Y, POR FIN, LA HISTORIA DE ESTA FOTO  🙂

Bueno, y ya que todo este rollo ha venido a cuenta de la fotografía que os muestro, os contaré algunas cositas.

Esta fotografía la tomé en 2009. Pasé unos días en Estambul y uno de ellos lo dedicamos a descubrir qué había más allá de las aguas del Bósforo. Cogimos un ferry hasta la parte asiática de la ciudad. Por allí comenzamos a caminar, con la guía guardada en la mochila, para perdernos por sus calles.

Así fue como llegamos al cutre-chiqui-bar donde he probado, rodeada únicamente de la familia que regentaba el negocio y que no daba crédito a que unos turistas hubieran ido a parar a aquella zona, la mejor kefta de mi vida. ¡En serio! No he vuelto a probar una igual. ¡Y nunca me perdonaré haberme ido de allí sin apuntar el nombre del bar! 🙁

Y así fue también como, husmeando por todos los rincones del Estambul asiático, dimos con la inauguración de una mezquita ultra moderna. Era la hora del rezo de un viernes, es decir, el día más importante para los musulmanes. Familias enteras se agolpaban a la entrada para poder ir situándose allá donde encontraban un hueco.

Por supuesto, los hombres a un lado, las mujeres a otro. Eran tantos que no cabían en las estancias de la mezquita e iban colocándose incluso en la parte de fuera de la sala. Lo mejor fue que nadie nos hizo el más mínimo caso. Y eso que allí éramos los únicos forasteros…

Y, cuando por fin comenzó la oración, ¡no pude resistirme a hacer la foto!

¿Cuándo vivisteis por primera vez un momento como este? ¿Os acordáis? ¿Qué os pareció? ¡Contadme vuestra experiencia!