Canales, coffee-shops y bicicletas.
Probablemente estas sean las tres palabras que más se relacionan con Ámsterdam en todo el mundo. Las tres que más se repiten y las primeras que vienen a la cabeza cuando se habla de la ciudad. Sin embargo la capital holandesa tiene tantos otros atractivos que hacer una recopilación de ellos resulta prácticamente imposible. Así que en esta ocasión no me voy a parar a hacer enumeraciones. Simplemente voy a hablaros de Ámsterdam.
De Ámsterdam me gustan sus calles llenas de vida, sus edificios de ladrillo, sus barcas atracadas en el borde de los canales y sus cafeterías calentitas en las que parar a tomar un “hot chocolate” -acompañado por un rico pastel-. Por eso, cada vez que visito la ciudad, suelo pasear por los barrios más céntricos sin mirar el reloj, aunque a veces se me vaya el santo al cielo y se me pasen las horas sin controlarlas.
También me gustan sus “stroopwafels”, esas galletas tan típicas que elaboran en el momento en cualquier puesto callejero. Y su arquitectura, siempre dispuesta a sorprender con una nueva construcción al doblar cualquier esquina. Me gustan sus parques y sus puentes. Sus zuecos amarillos. Me gusta su arte callejero y sus coloridos tulipanes. Y también, por supuesto, me gustan sus historias.
No recuerdo si tenía 10 o 11 años cuando un verano, por mis buenas notas en el colegio, mis padres me regalaron un libro. En la portada, una fotografía en blanco y negro de una niña morena, sonriente, sentada en el pupitre de una clase. Supe perfectamente qué tenía en mis manos: mi madre me había hablado tantas veces de ella, que era obvio. El Diario de Ana Frank se convirtió en mi lectura durante aquel mes de julio.
Por eso siempre tuve muy claro cuál sería una de mis primeras paradas el día que visitara Ámsterdam: la casa de Ana Frank. Imposible olvidar la sensación que tuve cuando entré en aquella “parte de atrás”. Cuando vi en primera persona lo que había leído hacía tantos años: esas minúsculas habitaciones en las que convivieron, escondidos y en clandestinidad mientras Holanda era ocupada por los nazis, la familia de Ana, los van Pels y Fritz Pfeffer. Los recortes de revistas pegados en la pared de la habitación de Ana; aquella estantería-puerta secreta hacia la casa oculta; las escaleras que daban a la parte más alta del edificio…
Era una manera diferente de adentrarse en el gran conflicto de la II Guerra Mundial poniéndole cara a las víctimas. Poniéndole nombre y apellidos. He vuelto a visitar la casa de Ana Frank en otro de mis viajes a Ámsterdam y las sensaciones se han repetido exactamente como la primera vez.
De Ámsterdam también me gustan sus tranvías. Y su Estación Central. Sus bicis de todos los tamaños y colores y sus timbres sonando sin cesar. Su plaza Dam y los canales del Singel. Sus casas borrachas y estrechas. Sus niños que corretean por las calles a pesar del frío y sus adultos aprendiendo a patinar.
Me gusta su Barrio Rojo, con sus escaparates y sus shows eróticos. Me gusta su barrio moderno, con sus tiendas repletas de artículos tontos que siempre estás dispuesto a comprar. Me encantan sus hipsters y sus bohemios. Sus máquinas automáticas con croquetas. Pero, sobre todo, me gustan sus mercados.
Y me fascina la facilidad que tienen los holandeses para montarlos en cualquier sitio. Aparecen junto a los canales o en la primera plaza con la que te topas, y en ellos hay montados puestos de todo tipo. Mi debilidad son los que venden queso, tengo que reconocerlo. Al final siempre vuelvo de cada viaje con un par de “Goudas” en la maleta. Qué le voy a hacer, soy una ratona.
También me gusta el arte holandés. Disfruto con Rembrandt, Van Gogh y Vermeer. Con Mondriaan y El Bosco. Con sus exposiciones de arte contemporáneo en plena calle. Y me entusiasman los museos de Ámsterdam.
Hace unos años tuve la gran suerte de viajar a la ciudad por trabajo. Mi misión fue grabar un reportaje a Cruz y Ortiz, los arquitectos sevillanos que se encargaron del proyecto de remodelación del Rijksmuseum. Aunque el reportaje nunca llegó a emitirse -y eso me fastidia mucho porque quedó genial-, la experiencia fue alucinante. Nos adentramos en las entrañas del museo con cascos de obra sobre nuestras cabezas. Todo estaba absolutamente vacío. Diáfano. En una de las principales salas, una tela enorme recreaba “La ronda de noche”, de Rembrandt. Así quedaba claro cuál era su lugar –ya no de manera física, sino también simbólica-. Nos colamos en la trastienda del museo y conocimos su atelier, donde los restauradores, concentrados, trabajaban en devolverle la luz y la vida a muchas de las obras.
De Ámsterdam también me gustan sus letras juguetonas. Me apasionan las sorpresas que siempre tiene preparadas. Incluso los turistas que pasean por todas partes. Me gustan sus noches y sus días. Sus amaneceres y sus atardeceres. Cuando hace buen tiempo y cuando llueve.
Por todo esto Ámsterdam me parece una ciudad sin igual. Genuina. En la que nada recuerda a ningún otro lugar y todo es auténtico.
Y a ti, ¿qué es lo que más te gusta de Ámsterdam?
INFORMACIÓN PRÁCTICA: ¿Estás planteándote viajar a Ámsterdam próximamente? Vueling Airlines ofrece vuelos diarios directos a la capital holandesa desde varias ciudades españolas. ¡Una buenísima elección si aún no te has decidido!
Por esta vez voy a discrepar: Ámsterdam es para mí, junto con Róterdam, las ciudades que menos me gustan de Holanda… Preferimos Alkmaar, Marken, La Haya, Gouda o Volendam.
Aun así, buen post 🙂
Hola!!
Solo paso para agradecerte todo lo que me compartes, pues muchas personas no hemos tenido la oportunidad de salir de nuestro país, pero con tus fotografías y descripciones me haces sentir como si estuviera por allá. En pocas palabras me encanta lo que haces. Mil Gracias y que Dios bendiga tu vida!!
¡Hola Ángela! ¡Ay, qué mensaje más bonito!
No sabes cuánto me alegro de que te guste visitar mi página. Para eso comencé a escribirla hace ya muchos años, para compartir mis vivencias con todos vosotros. Si así te acercas un poquito más al resto del mundo, ya he conseguido gran parte de mi objetivo.
¡Un beso enorme y vuelve siempre que quieras! 🙂
Wau!! Te felicito, ha sido una entrada que logró captar totalmente mi atención.
La verdad que las historias de Ámsterdam es una razón más que merecida para visitarla, ya que a menudo, todos viajan a la ciudad con el fin de consumir drogas y sexo en el Barrio Rojo, no digo que sea un importante atractivo de la ciudad, pero si es verdad que hay muchas más cosas interesante que hacer en la ciudad, por ejemplo, visitar sus museos, ya que hay muchísimos y con una gran variedad.
Para conocerla, una de las actividades que nos vino muy bien fue hacer un free tour (https://www.freetourenamsterdam.com/tour/free-tour-amsterdam/) que nos recomendó un amigo que unas semanas antes lo había viajado a Ámsterdam.
En la actualidad aun recuerdo con entusiasmo la grata sorpresa que me lleve con la ciudad.
Saludos.