En muchas ocasiones, tras una fotografía se esconden historias verdaderamente impactantes. Hoy os traigo una de ellas. Una instantánea que significa mucho más de lo que podéis ver a simple vista. Una de las pocas imágenes que me traje conmigo de mi paso por uno de los 12 campos de refugiados palestinos que existen en el Líbano. Concretamente en Saida, una población de casi 58 mil habitantes a muy poquitos kilómetros de la frontera con Israel.
Isrá, la joven palestina que veis en la foto, trabaja como peluquera en su propia casa. Una de sus vecinas es su clienta, a la que arregla el pelo haciendo uso del material que ha recibido por ser la mejor alumna del curso de formación profesional en el que ha estudiado un año. Una escena de lo más normal en el día a día de su vida. Sin embargo, todo aquello que la rodea es muy diferente a lo que podamos estar acostumbrados.
El día que visité Ain el Helweé, como se conoce a este campo de refugiados, habíamos quedado con Natalia Sancha, una periodista onubense que había pasado gran parte de su vida en diferentes lugares del mundo. La cita con ella era porque la habíamos elegido como una de las protagonistas del capítulo de Andaluces por el Mundo en Líbano. Casarse con un libanés llevó a Natalia a asentarse en Beirut, y desde allí comenzó a trabajar para la ong Cives Mundi en diferentes proyectos .
Uno de ellos tenía lugar justo aquí. Un lugar inhóspito, controlado por fuerzas ajenas a las libanesas y que bien podría ser considerado tierra de nadie. Unos estrictos controles, anteriores incluso a nuestra llegada, fueron necesarios para poder grabar en su interior. Natalia se encargó de solucionarlo todo. A pesar de que no les hizo mucha gracia que entráramos con cámara en aquel lugar, lo hicimos, y echándole mucho más valor de lo que jamás habríamos imaginado, grabamos incluso allí donde no teníamos permiso para hacerlo. En teoría sólo podríamos obtener imágenes del centro donde tenía su sede Cives Mundi. Sin pensarlo mucho le dimos al rec y recorrimos algunas calles del lugar.
En este campo de refugiados de Saida malviven unos 70 mil palestinos. Se trata del más masificado de los 12 existentes en el país y en él conviven, en apenas 3 kilómetros cuadrados, diferentes facciones políticas. Todas las pugnas o enfrentamientos políticos que ocurren en Palestina, se reproducen en este rincón del Líbano. Muchos líderes de movimientos islamistas extremos se esconden aquí, en Ain el Helweé.
La situación en el campo de refugiados es bastante complicada. La mayor parte de las familias sobreviven con apenas medios. Cada una de ellas tiene una media de 6,2 miembros. Cives mundi organiza algunos talleres y clases de formación profesional para los más jóvenes con intención de darles un oficio, tenerlos entretenidos mientras se labran un futuro y así mantenerlos alejados de las milicias que tratan de captarlos para la venta de droga o armas en el interior del campo de refugiados.
Cursos de informática y peluquería preparan a los adolescentes para que puedan optar a ser algo más en sus vidas, si es que algún día alguien les da la opción de hacerlo.
El lugar donde trabaja Isrá es una pequeña sala, sin luz (los cortes de electricidad son continuos) y en condiciones horribles. Sumida en una gran oscuridad, entre paredes desconchadas de las que cuelgan tres marcos con fotografías de los que probablemente sean miembros de su familia, Isrá se concentraba en su trabajo.
En su casa son siete personas. Su padre se dedica a la construcción, con lo que gana lo equivalente a 200 euros mensuales. 200 euros para siete personas. Ni a mí, ni posiblemente a ellos, nos salen las cuentas.
Ahora Isrá pone toda su energía en poder forjarse un futuro. Las mujeres en Oriente Medio no lo tienen nada fácil. Tener un oficio y poder llevar algo de dinero a casa quizás le reste dificultad a su situación.
Ahora, cuando me acuerdo de estos momentos y miro las fotografías que realicé durante aquella mañana, apenas unas 4 o 5, me arrepiento muchísimo de no haber hecho más. Los nervios y el trabajo hicieron que me preocupara ante todo de sacar el reportaje adelante. Ya incomodábamos bastante a muchos con la cámara de televisión como para habérnosla jugado más.
Aún así, sí que me traje momentos como este. Una fotografía que quizás no tenga mucha calidad, pero que está llena de esperanzas. Sin lugar a dudas, uno de mis recuerdos favoritos. Y hoy quería compartirlo con vosotros.
Gracias por compartir la historia de Isrá! muy buen post!
Tras una foto siempre hay mucho más de lo que hay delante. Y me quedo con una palabra que me da vueltas en la cabeza y es una síntesis de lo que cuentas: “malviven”
Un fuerte abrazo