Todo debió de comenzar así. Eso es lo primero que me viene a la mente cuando desde mi asiento del avión en el que viajo comienzo a atisbar los extensos campos de lava negra desparramados hasta prácticamente el mar. Estoy a punto de aterrizar en Islandia, la tierra de hielo y fuego. La de paisajes imposibles, de cascadas infinitas, praderas acolchonadas y vida salvaje. En el estómago los nervios se hacen notar como un leve cosquilleo.