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Cuando uno piensa en Marrakech, la primera imagen que le viene a la cabeza es, sin duda alguna, la de su inmensa plaza Djemaa el-Fna. Repleta de puestos que desprenden todo tipo de olores, el bullicio que se adueña de este inmenso espacio no es comparable a ningún otro lugar que pueda recordar del planeta. La plaza, al igual que el resto de la ciudad, está viva. Tiene alma. Y no importa si te acercas a ella a primera hora de la mañana o a última de la noche: siempre estará sucediendo algo que te atrapará sin apenas darte cuenta.

Pero Marrakech es mucho más. Lo que hace especial a esta emblemática ciudad marroquí son también las callejuelas de su laberíntica medina. Sus madrasas y riads escondidos tras los altos muros. Su comida. Sus tés morunos. Sus bellos jardines, sus mezquitas o su historia.

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El club privado de venta de viajes online Voyage Privé me ha pedido que eche mano a los recuerdos de mis días en la ciudad marroquí. Y así, rememorando los mejores momentos y experiencias, hoy te propongo conocer Marrakech en un recorrido por sus 14 lugares más impresionantes. Aquellos que la dotan de su esencia y sin los cuales no se terminaría de comprender la idiosincrasia de este rinconcito de África. ¡Prepárate porque estás a punto de comenzar un viaje en el que pondrás a prueba todos tus sentidos!

 

1- La Plaza Djemaa el-Fna en dos tiempos

Y sí, hay que comenzar irremediablemente por su rincón más emblemático. Y te diré algo: hay dos momentos imperdonables en los que debes visitar Djemaa el-Fna. Uno es a primera hora de la mañana, cuando los artistas callejeros –encantadores de serpientes y músicos, entre otros- todavía no han hecho acto de presencia, los turistas apuran aún sus desayunos en sus hoteles y solo unas cuantas almas vagan por estos lares. Es entonces cuando debes aprovechar y acercarte a uno de sus múltiples puestos de zumo de naranja recién exprimido. Porque el sabor, créeme, no se parece a ningún otro zumo que hayas probado –no sé qué tienen las naranjas en este país pero están riquísimas-. Por solo unos dírhams comenzarás el día como un campeón: con un buen vaso repleto de energía.

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El otro momento que no debes perderte es el de antes del atardecer. Acércate entonces, con tiempo, a una de las cafeterías con terraza en la azotea que dan a la plaza. Te aconsejo que te decantes por Café Glacier. Pide un té moruno y coge un buen sitio: la marabunta de gente con tu mismo plan no tardará en llegar. Degusta tu té con tranquilidad, pero no apartes los ojos de la plaza. En la distancia, desde las alturas, observa bien. Podrás espiar cada uno de los movimientos sin ser visto, y eso es un regalo que nada puede pagar. Espera a que el sol vaya despidiéndose, poco a poco, del día. Los puestos de comida comenzarán entonces a ser montados, las cocinas empezarán a trabajar y los olores de los pinchos y carnes llegarán hasta donde te encuentras. Los artistas callejeros desaparecerán entonces: es hora de descansar. Las luces comenzarán a encenderse: la ciudad se transformará.

Cuando te des cuenta, llevarás dos horas allí sentado. Y la Marrakech que se muestra ante ti nada tendrá que ver con la del principio. Eso sí: las dos versiones son igualmente maravillosas.

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2-Camina por las callejuelas de la medina

Piérdete. Ese es el mejor consejo que puedo darte para que recorras el LABERINTO, con mayúsculas, que es la medina de Marrakech. Camina sin rumbo, tuerce a cada esquina según te guíe tu instinto, adéntrate en los callejones más estrechos, allá donde apenas llegan los turistas, donde los oficios de antaño siguen desarrollándose como si el tiempo no hubiera transcurrido.

Desoriéntate y no trates de encontrarte. Al menos, hasta que lleves suficiente tiempo para ser consciente de la maravilla que tienes ante ti. Saluda a los dueños de los negocios con un alegre “Salam” y observa la sorpresa en sus caras. Pregúntales por su trabajo, aunque para ello sea necesario usar la mímica. Bromea, sonríe… intenta entender ese otro mundo que tienes ante ti.

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Déjate llevar por los olores, por los sonidos… el gremio que trabaja la forja sucede al que curte las pieles, al que vende especias de todos los colores y al que posee su tienda repleta de suvenires para que los turistas puedan regresar a casa con grandes recuerdos. Admira los altos muros que esconden tras de sí elegantes hoteles y palacetes, curiosea al gato que duerme como si el mundo no fuera con él bajo un puesto de frutas y observa, sencillamente, cómo es un día cualquiera en esta ciudad marroquí.

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3-Palacio el-Badi

“El incomparable”. Así se traduciría “el-Badi”, como bautizó el sultán Ahmed al-Mansour al palacio que sí, probablemente allá por el siglo XVI rezumaba esplendor y riqueza por cada una de sus esquinas, pero que hoy día se ha quedado reducido a meras ruinas y cuesta hacerse una idea de la grandiosidad de su pasado al admirarlo detenidamente.

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Aún así, pasear por sus solitarias calles, esas que en la actualidad han quedado al descubierto, tiene su aquel. Sus altas murallas marrones intentan contarnos historias de otras épocas, cuando eran el oro, las turquesas y el cristal los que se encargaban de convertir el lugar en uno de los más elegantes y ricos de la ciudad. Lo que ocurrió después estaba cantado: tanta riqueza llamó la atención de más de uno, y acabó por ser saqueado tan solo 75 años después de su construcción. Una historia breve pero intensa.

Hoy día el Palacio el-Badi sirve de escenario para eventos tan importantes como el Festival Internacional de Cine de Marrakech o el Festival National des Arts Populaires. Sube a lo más alto de sus murallas y disfruta de una de las panorámicas de la ciudad más completa.

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4-Mellah, la Marrakech judía

¿Tenías idea de que en Marrakech existió un barrio judío? En un corto paseo desde la medina alcanzarás este nuevo entramado de callejuelas en el que la vida se desarrolla a otro ritmo. Con un aspecto más abandonado, los puestos callejeros de comida serán más escasos y los vecinos se extrañarán un poco más al verte. Pero no te preocupes: anímate y adéntrate en el corazón del barrio. Merecerá la pena.

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Será una buena idea perderte por sus calles, caminarlas sin un destino claro, para descubrir así la esencia del lugar. Tiendas de comestibles, madres recogiendo a sus hijos del colegio, niños jugando al balón en alguna esquina… Absorbiendo la Marrakech más pura llegarás hasta el cementerio judío, uno de esos lugares que no debes perderte: contraste puro. Las cientos de tumbas que se esparcen por el terreno apenas cuentan con elementos decorativos aunque acumulan decenas de piedrecitas sobre ellas.

Hoy día pocas familias de las que habitan la zona pertenecen a la comunidad judía, que en su mayor parte emigró en la década de los 50 a otras ciudades o países. Eso sí, en algún que otro portal aún podrás encontrar una estrella de David grabada y la sinagoga continúa en activo.

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5-Las “secretas” Tumbas Saadíes

Recuerdo aún la curiosa tortuga que paseaba lentamente sobre las tumbas. Fue, claro está, lo que más llamó mi atención durante la visita. A pesar del gran esplendor del lugar y de los lujosos y caros materiales utilizados en su construcción: todo quedó eclipsado por aquella simpática tortuga que se arrastraba con tranquilidad entre tanta grandeza.

Aunque durante muchos años las tumbas saadíes estuvieron completamente escondidas y sin que nadie supiera de su existencia (hasta que unas fotografías aéreas revelaron su ubicación), hoy día el reguero de turistas que se acerca hasta ella y la descubre tras atravesar un estrecho pasillo desvela lo que hasta hace no demasiado era un secreto. 

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Al-Mansour mandó construir estas elegantes y grandilocuentes tumbas, realizadas con mármol de Carrara y arcos vestidos de oro puro, mucho antes de su muerte. Junto a él, en la Cámara de los Tres Nichos, descansan también los príncipes, demostrando que el poder estaba en su mano. En el jardín el resto de personas que trabajaron para él: en total, 170 ministros y sus esposas.

Pasar un agradable rato observando los detalles de estas increíbles tumbas bien merece la pena. Lo suyo es tomárselo con tiempo, que en Marrakech no valen las prisas, antes de continuar con la ruta. Que viene cargada de sorpresas…

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6-Elegancia y belleza en la Madraza Alí ibn Yusuf

Solo con poner un pie en el interior del patio de la madraza de Alí ibn Yusuf, tu mirada se irá directa al cuidado trabajo del artesonado, a las hermosas celosías y a los increíbles azulejos que decoran cada una de las paredes. No te preocupes: dedícale, con paciencia, todo el tiempo que se merece.

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Este hermoso centro de estudios coránicos fue fundado en el siglo XIV y llegó a ser en su día el mayor de todo el norte de África. Los 132 dormitorios que la componían llegaban a alojar a hasta 900 estudiantes que se dedicaban al estudio de textos jurídicos y religiosos.

Hoy día puedes recorrer cada una de sus estancias e imaginar cómo transcurría la vida de aquellos jóvenes por aquel entonces. Las mejores habitaciones eran aquellas con vistas al patio interior del a madraza, que permitían disfrutar de la belleza del edificio sin moverse del sitio. Os reconozco que se trata de uno de mis lugares favoritos de la ciudad, sin duda alguna.

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7-Maravíllate en el Jardín Majorelle

Y salimos un poco del núcleo central de la ciudad para adentrarnos en sus barrios periféricos. En un agradable paseo desde la medina, tras atravesar la muralla que la rodea, descubrirás una nueva Marrakech: esa que destaca por su cara más moderna, donde los jóvenes visten con ropas más occidentales y los comercios se parecen más a los que puedes encontrar en cualquier otra ciudad del mundo.

Solo con traspasar la puerta de entrada al Jardín Majorelle, te adentras en un auténtico oasis de paz y tranquilidad. El tiempo parece detenerse mientras escuchas el rumor del agua de las fuentes y te quedas embobado observando la exótica vegetación que decora cada rincón, cada esquina. El bello jardín que el artista francés Jacques Majorelle diseñó a comienzos del siglo XX quedó en total abandono tras su fallecimiento. Fue el mismísimo diseñador Yves Saint Laurent quien, en los 80, descubrió este jardín secreto y decidió volver a darle vida convirtiéndolo en lo que es hoy: uno de los rincones más visitados de Marrakech.

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El azul añil intenso de la fachada de la casa de Majorelle, que hoy día alberga en su interior el Museo de Arte Islámico, contrasta con el verde de la vegetación que todo lo invade: más de 300 especies de plantas conforman el elegante jardín.

Como curiosidad, saber que las cenizas de Yves Saint Laurent fueron esparcidas por este espacio tras fallecer en 2008. En esta época ya había donado el Jardín Majorelle a la ciudad de Marrakech.

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8- Guéliz, el barrio moderno

Y toca adentrarse en esa otra Marrakech. Aquella que es muy diferente a la que estamos acostumbrados a ver en guías y postales, pero que también está ahí. La que viste sus calles con marcas como Gucci, Lacoste o Zara. La que ciñe la ropa en los cuerpos de las mujeres y vende hamburguesas del McDonalds a los grupos de adolescentes. La que te hace echar de menos la esencia que encuentras en la medina, esa que atrapa y que todos vamos buscando cuando aterrizamos en la ciudad marroquí.

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Pero no está de más poder comparar. Poder vivir directamente ese gran contraste que, de primeras, te deja desubicado. Por eso apunta como un must el pasear por el barrio de Guéliz, sentarte en la inmensa plaza del 16 de Noviembre al frescor de una de sus fuentes o recorrer la avenida Mohamed V. Descubrir algunos de los edificios que, aunque el paso del tiempo haya hecho mecha en ellos, te desvelan en los detalles su pasado glorioso.

Y sí, disfrútalo. Porque, al fin y al cabo, esto también es Marrakech.

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9-Admirar la Koutoubia

Encontrarme ante el minarete de la Koutoubia, la principal mezquita de Marrakech, me hace sentirme como en casa. Y es que su parecido con la Giralda de Sevilla no es casual: es el prototipo arquitectónico tanto de esta como de la Tour Hassan de Rabat. 

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Pasear por sus jardines es algo fundamental en una visita a Marrakech ya que la entrada está prohibida a los no musulmanes. Pero no importará: oír la llamada a la oración del almuecín desde lo alto del minarete es una de esas experiencias absolutamente especiales y místicas. 

Su nombre, Koutoubia, viene de la palabra kutubiyyin, que significa libreros: cuando el sultán almohade Yacoub al-Mansour mandó levantarla en el siglo XII, los alrededores estaban repletos de librerías: ¡más de cien! Un origen bellísimo para uno de los reclamos más bonitos de toda la ciudad, ¿no creéis?

 

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10- Cine Théatre Palace, el Centro Cultural por excelencia

Muy cerca de la medina, en la esquina entre la Rue de Yugoslavie y el Boulevard Moulay Rachid, en el barrio de Gueliz, se levanta este curioso edificio repleto de historia. El Cine Théatre Palace es de esos rincones casi desconocidos que te desvelan mil secretos sobre, ya no solo el lugar en sí, sino acerca de toda una ciudad.

El edificio se levantó allá por 1926 y se trató del primer espacio multicultural construido en Marruecos. Monsieur Frigerri fue el señor que, tras abandonar su puesto en el puerto de Marsella, se trasladó a Marrakech y decidió crear un lugar dedicado 100% a las artes: era un enamorado del cine, la música y el teatro, además del estilo Art Decó propio de la época, así que no lo pensó dos veces a la hora de ofrecer este regalo a la población que, por aquella época, comenzaba a habitar la zona. 

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El Cine Théatre Palace se convirtió entonces en todo un referente, y figuras de la talla de Rita Hayworth visitaron el lugar… hasta que el dueño cayó enfermo, el espacio pasó a otras manos y el tiempo hizo que acabara siendo abandonado.

Sin embargo desde 2014 y tras 30 años sin darle uso, el Cine Theátre Palace está intentando recuperarse. Hoy día sus tres salas de proyección son casi ruinas, pero aún así son utilizadas para actividades como charlas, exposiciones, actuaciones y ensayos. Pasear por sus diferentes espacios es trasladarte al pasado. Sus paredes conservan aún la esencia de lo que un día fue… y visitarlo es, sin duda, una manera de conocer una cara –y una historia- diferente de Marrakech.

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11-Probar la comida callejera

¿Te está llegando ese olor a pinchito de cordero? ¿O es el de una sopa de harira? Quizás lo que te está haciendo salivar es la kefta del puesto 21 de la Plaza Jemma el Fna o el cous cous del pequeño bar de la medina que hace esquina con tu alojamiento. O espera, ¿puede que lo que te ha llamado la atención sea el bocadillo de huevo duro con mayonesa que ves que engulle la mayoría de la gente a tu alrededor?

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La cuestión es que no importa dónde te encuentres, por dónde te muevas o qué intenciones lleves: la gastronomía es algo fundamental para poder disfrutar al 100% de Marrakech. Y, por suerte, lo tienes fácil: la oferta es tan amplia que no tendrás tiempo de probarlo todo.

Recorre las decenas de puestos de la plaza principal y busca qué es lo que más llama tu atención. ¿Por qué no atreverte con los sesos de cordero? Camina por las callejuelas de la medina y déjate convencer por tu instinto olfativo: probablemente los pinchos que sirven en aquel puestecillo con solo dos sillas y dos mesas sean los más deliciosos que has probado en tu vida. Atrévete. Degusta. Saborea… Pero, sobre todo, disfruta.

Aciertes o no, todo se verá recompensado por el dulce té moruno con el que acompañarás al postre, ¡así que no tienes de qué preocuparte!

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12-Recorrer las estancias del Palacio Bahía

Ser el palacio más impresionante de todos los tiempos: ese era el objetivo del sultán Abdelaziz Si Moussa cuando a finales del siglo XIX mandó construir este maravilloso edificio –aunque fue Abu Bou Ahme, uno de sus esclavos que llegó a ser visir, quien lo llevaría a su máximo esplendor-. Y ni uno ni otro lo hizo tan mal: a día de hoy se trata de una de las obras arquitectónicas más importantes de Marrakech. 

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Antes de dirigirte al Palacio Bahía, debes de tener en cuenta algo: probablemente acabes dedicándole mucho más tiempo de lo que imaginas. Porque querrás recorrer, una a una, las 150 habitaciones que lo conforman. Sus patios y jardines te maravillarán y te apetecerá disfrutar de cada segundo que pases en su interior. Por eso, tómatelo con tranquilidad. Párate en cada detalle. Admira cada rincón. Fíjate en la decoración de sus techos. La belleza del lugar es tan espectacular que te dejará sin palabras.

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Tras morir el visir el palacio fue desvalijado, por eso sus estancias se encuentran vacías. Aún así, no supone un problema. El trabajo de sus puertas, paredes y techos es tan elaborado que tendrás suficientes reclamos visuales como para que tu visita sea de lo más completa. Por algo le pusieron al palacio el nombre de “bello”, ¿no crees?

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13-Conocer a los trabajadores de la piel

Aún en el interior de la medina, pero algo más alejado de la zona de la plaza Djemaa el Fna, se encuentran los barrios dedicados a curtir las pieles. No es fácil encontrar los lugares de trabajo si no se conoce bien a dónde va uno… o si no se pregunta a algún vecino de la zona, que rápidamente dejará aquello que esté haciendo para convertirse en un guía improvisado a cambio de unos dírhams.

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Y merece la pena. Porque no son tan espectaculares como las curtidurías de Fez, pero asombran igual. Porque no es un oficio cualquiera y porque hay que tener agallas para pasar gran parte del día con medio cuerpo en las pozas, contagiado del hedor que produce aquello con lo que tratan las pieles –entre otras cosas, excrementos de paloma-. Las pieles, amontonadas en unos y otros rincones, no tardarán en cambiar de color y ser transformadas en mochilas, bolsos, cinturones o babuchas.

Si vas a primera hora de la mañana probablemente seas testigo del duro trabajo de los curtidores en solitario. Más tarde, llegará el resto de viajeros que visita la ciudad. Pero, aprovechando el estar solo, lo tendrás más fácil para interactuar. Para preguntar y conocer un poco más sobre este curioso estilo de vida. No sé vosotros, pero yo prefiero unas horas menos de sueño.

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14-La vida de colores entre tintoreros

Y he de reconocer que perdiéndome entre callejuelas donde enormes ovillos de lana cuelgan de todos los rincones coloreando de los más vivos tonos la estampa… es cuando de verdad disfruté de la ciudad marroquí.

Los tintoreros trabajan de sol a sol tiñendo lanas, pieles y todo tipo de pañuelos -los mismos que encuentras después en los puestos de recuerdos-, mezclando en un baile continuo de movimientos el agua de colores con aquello que tengan entre sus manos. Los brazos, también disfrazados de tonos que no son los que le corresponden a la piel, desvelan que el oficio lleva realizándose desde hace mucho tiempo. Probablemente años. Un trabajo duro, donde el esfuerzo físico es clave, pero que cuando se observa se convierte en algo mágico.

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No sabría regresar a los rincones donde más tiempo pasé, sentada en alguna esquina, viendo cómo los tintes iban cambiando de color el agua. Mientras unos mezclaban, otros tendían al sol. Mientras unos tendían al sol, otros recogían lo que ya se había secado. Es cierto: me sería casi imposible hacer de nuevo el camino. Pero quizás, perdiéndome por ellos, encontraría nuevas escenas que me maravillarían igual. 

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14 lugares, estampas, momentos o experiencias que completan una visita a Marrakech. La que yo viví y la que recomiendo para adentrarte en una ciudad que conocer en cada una de sus vertientes. Solo así sentirás regresar a casa habiendo entendido su esencia.

 

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