Aunque no se busque, illness la silueta del imponente Wat Arun aparece sin esperarlo. En la orilla oeste del río Chao Phraya, con sus 82 metros de altura y sus 200 años de antigüedad, la estructura conforma uno de los paisajes más famosos y sorprendentes de toda Tailandia. Sin duda alguna debió de construirse con la intención de que no pasara desapercibido para nadie.
Se trata de uno de los rincones de la capital tailandesa que uno no puede ni debe perderse si la visita. Y es que, aunque Bangkok cuente con innumerables platos fuertes en lo que al turismo se refiere, el Templo del Amanecer, como se llamaría si tradujéramos el nombre, es de las principales atracciones.
Hace ya casi un año que lo vi por primera vez. Fue cuando me encontraba en el país tras haber ganado el concurso de Academia Tailandia. Tuvimos un par de días libres para conocer un poco más a fondo la capital tailandesa y por supuesto el templo de Wat Arun estaba entres las visitas que queríamos hacer. Avanzábamos en uno de los barcos de línea que conectan las distintas paradas repartidas a lo largo del Chao Phraya cuando, cheap de repente, apareció ante nosotros.
En Tailandia existen un total de 31.200 templos budistas. El Wat Arun, que fue levantando a principios del siglo XVIII en honor al dios hindú Aruna, destaca ante todo por el enorme tamaño de su prang. Con esta palabra se denomina a la torre de forma piramidal que se encuentra en el mismo centro del templo (un elemento bastante común en la arquitectura hinduista y budista del Imperio Khmer, aunque más tarde fue adaptada en Tailandia, apareciendo solamente en los templos religiosos más importantes). Se dice que arquitectónicamente el Wat Arun representa al Monte Meru,el centro del mundo según la cosmología budista.
El barco nos dejó en el embarcadero número 8, en la orilla opuesta. Desde allí se obtenía una imagen completa de todo el complejo que albergaba al santuario. Otros barcos, diferentes al que acabábamos de dejar, hacían el trayecto transportando pasajeros entre ambas orillas, así que el siguiente paso fue tomar uno de ellos y llegar hasta los pies del templo. Entonces, de cerca, impresionaba bastante más. Sobre todo al ver las estrechas y empinadas escaleras por las que había que subir para poder llegar a la zona más alta y así disfrutar del Chao Phraya en todo su esplendor.
Para conocer un poco más la historia del Wat Arun hay que remontarse a la época de la caída de Ayutthaya como capital de Siam. Hasta ese momento numerosos barcos habían surcado el río hacia una y otra dirección procedentes de diferentes naciones. Justo en el lugar conocido como Thomburi, en el cruce que producía el mismo Chao Prhaya, solían parar estos navíos con la intención de reponer de comida y provisiones el barco.
Hasta este momento el templo se había conocido como Wat Jaeng. Pero entonces Ayutthaya cayó y el rey Taskin decidió tomar posesión de su cargo precisamente en este lugar ya que lo consideraba uno de los más sagrados de la zona. Eligió este punto para establecer el nuevo Palacio Real y trajo hasta aquí la enorme figura del Buda Esmeralda que con tantísimo cuidado transportaron desde Ayutthaya. Fue a partir de ese momento cuando Bangkok pasó a convertirse en la capital de Tailandia.
Con el paso de los años la figura del Buda volvería a ser trasladada una vez más. En esta ocasión hasta el otro lado del río, a Wat Pho, el templo junto al que también se estableció el Palacio Real.
Tras contemplar la ornamentada construcción desde el exterior accedimos al recinto. Antes tuvimos que pagar la entrada: 100 bahts por persona (aproximadamente 2 euros). No había que olvidar que nos estábamos adentrando en un lugar religioso y había que vestir con respeto. Las piernas y hombros debían de estar tapados. Aunque si uno no fuera preparado adecuadamente para la visita no habría problema: a la entrada al templo se pueden alquilar pareos, camisas y pantalones.
Ese día había algo de movimiento en el interior de Wat Arun. Parecía que alguna personalidad importante del mundo del budismo en Tailandia también había escogido este momento para visitarlo. El señor, vestido con su túnica naranja, bajaba el último tramo de escaleras del templo justo en el momento en el que yo comenzaba a subirlo. La comitiva que le acompañaba era amplia y parecía esforzarse en que al visitante no le faltara de nada. En cuanto se alejaron me concentré en lo mío y miré hacia arriba, a la parte más alta del Wat Arun. Volví a comprobar, una vez más, que la verticalidad de las escaleras no era un efecto óptico. Realmente subirlas podía llegar a producir, a los más miedosos, algo de vértigo. ¡Más me valía no tropezar por ellas al subir!
Como es normal en los puntos de mayor afluencia turística en Bangkok, el Wat Arun también es visitado diariamente por una enorme cantidad de turistas. Sea la hora que sea habrá viajeros que no se cansen de hacer fotografías a cada detalle. A cada rincón. A cada elemento llamativo y figura decorativa del Wat Arun.
Son muchos los que lo consideran como uno de los templos más bellos de Tailandia, y no es para menos. Tanto el prang principal como los otros cuatro que rodean el templo están minuciosamente decorados con cristales de colores y pequeños trozos de porcelana procedente de China (al parecer este último material comenzó a usarse aprovechando las piezas que llegaban en barcos desde China rotas en mil pedazos). Precisamente son estos detalles los que provocan que todo el templo brille cuando el sol se refleja en él.
Casi sin darme cuenta y a pesar del calor sofocante que hacía ya a esa hora del día, había subido el primer tramo de escaleras. La vista comenzaba a mejorar y cada rincón del templo continuaba sorprendiéndome. Fui percatándome de que la base de la torre principal contaba con bastantes esculturas con formas de soldados chinos y de animales. Lo que más llamaba mi atención era precisamente eso: lo exageradamente ornamentado que estaba el templo, aunque al mismo tiempo era esto lo que lo convertía en un lugar tan peculiar. Mientras que intentaba encontrar un hueco libre en la estrecha escalera para continuar ascendiendo me cruzaba con caras de preocupación de turistas aferrados con fuerza a las barandillas para no caerse. Empezaba a intuir que la bajada iba a ser peor que la subida.
Cuando por fin alcancé la parte más alta corroboré lo que ya imaginaba: los 82 metros de altura en los que me encontraba me regalaban el premio tan esperado: las mejores vistas que podía tener del Chao Phraya.
Ahora tocaba relajarse. Aunque fuera durante unos minutos tenía que disfrutar y vivir el momento. Volver a tomar aire, grabar muy bien la imagen que tenía ante mí en la mente y prepararme para seguir conociendo la ciudad. Otros muchos rincones repartidos por toda Bangkok esperaban a ser descubiertos.
Y yo sentía más ganas que nunca de conocer cada uno de ellos.
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Sigo leyendo, por supuesto!
Un saludo