Llegamos a Victoria Falls algo más tarde de lo que hubiéramos querido. Los trámites para cruzar la frontera de Botswana a Zimbabue en nuestro 4×4 nos han ocupado más tiempo del que esperábamos. El mal humor que me dejaron en el cuerpo los muchos documentos que tuvimos que rellenar, clinic y las muchas tasas que tuvimos que pagar para poder acceder al país, ya se me ha pasado. Mi mente se ha ocupado de dejarme “limpia y pura” para poder enfrentarme a lo que está a punto de llegar sin que absolutamente nada pueda estropearlo.
Seguimos los carteles que nos indican, claramente, dónde está nuestro objetivo. Llegamos, aparcamos, y tal como salimos del coche empezamos a escuchar ese sonido atronador… Aún no las vemos, pero las Cataratas Victoria están muy, pero que muy cerca. Es cuestión de minutos el que por fin nos conozcamos en persona.
Empiezo a ponerme nerviosa. No sé cuántas veces he podido soñar con este momento. Qué lejano lo veía hace tan sólo unos meses y qué próximo lo tengo ahora mismo. Nos acercamos hasta la taquilla, compramos las entradas para acceder al recinto y caminamos hacia adentro. Un mapa que nos entregan con los tickets al comenzar el recorrido nos muestra cuáles son, punto a punto, los lugares más importantes para observarlas.
La humedad cada vez es mayor. Una especie de humo de vapor nos rodea y nos empapa por momentos. Pero la humedad no es lo único que va en aumento. El sonido también es increíble. E impone. Diría que incluso da un poco de miedo.
El primero en darnos la bienvenida es el mismísimo David Livingstone. Una escultura a tamaño natural se yergue sobre una enorme piedra en el camino por el que avanzamos. Fue él el descubridor de esta maravilla de la naturaleza y el que le puso el nombre actual a las cataratas en honor a la reina Victoria de Inglaterra. Aunque, hasta entonces, los locales las conocieran como “Mosi oa Tunya”: un nombre que no significa otra cosa que “el humo que truena”. Más descriptivo, imposible.
Avanzamos por el camino intentando cubrir las cámaras de fotos como podemos. Que se mojen no les a venir muy bien, pero me niego por completo a esconderla en la mochila y no aprovechar esta maravilla. La vegetación que nos rodea es frondosa. En muchos momentos creemos intuir las Victoria tras arbustos que por su enormidad nos tapan la vista. Es imposible ver a través de ellas, pero no nos hace falta.
Y, de repente, aparecen. El momento en el que nos encontramos con las cataratas de frente se me coge un pellizco en el estómago. Qué barbaridad. Qué impresión. Qué obra de arte. No existen palabras para explicar cómo es aquello.
Enmudecemos ante tal inmensidad. Estamos frente a una de las cataratas más anchas del mundo y eso hay que asimilarlo. Nada menos que 1.708 metros de cortina de agua caen desde una altura de 100 metros. Eso se traduce en una cifra impresionante: 550 millones de litros de agua por minuto.
Livingstone, explorador y misionero escocés, viajaba por África con la intención de difundir la fe cristiana e intentar acabar con la esclavitud en el continente. Llegó a Zimbabue en el año 1855 y fue entonces cuando, navegando por el río Zambeze, se topó con este milagro natural. Cuando preguntó a los que le acompañaban, autóctonos de la zona, qué era esa maravilla, la respuesta para ellos fue fácil y contundente: el humo que truena. ¿Qué iba a ser si no?
Las cataratas Victoria hacen de frontera entre los países de Zimbabue y Zambia. De hecho, es posible visitarlas desde ambos lados, aunque la perspectiva si se contempla desde una u otra franja varía bastante. Desde Zimbabue lo positivo es que puedes disfrutar de la caída del río de frente, sin ningún obstáculo que se interponga a las vistas. Desde Zambia, sin embargo, el paisaje será muy distinto. Tan distinto que posee uno de los atractivos más famosos en todo el mundo: la Piscina del Diablo. Imaginad poder bañaros en las pozas que se forman justo antes de la enorme caída de la cascada. Sólo es posible hacerlo, claro está, cuando el caudal del río es menor.
El río Zambeze nace en Zambia, en la frontera con la República Democrática del Congo y Angola, y recorre todo el país encontrándose a menudo con grandes saltos y cascadas. Sin duda alguna las Victoria son las más espectaculares de todas. Tras avanzar tranquilamente a lo largo de varios kilómetros el río se topa, sin esperarlo, con una enorme grieta vertical. Esta línea que corta en seco el recorrido del río es tan ancha como el propio Zambeze. El hecho de que las paredes de la grieta, una en suelo zimbabuense y otra en terreno zambiano, se encuentren tan cerca, es lo que convierte este lugar en un rincón tan espectacular. El ruido del agua al chocar con las rocas de ambos lados es lo que produce el efecto tanto sonoro como del vapor que se levanta justo aquí.
Cuando menos lo esperamos, otra nueva sorpresa. Si el marco natural en el que nos encontramos ya era perfecto, un claro e intenso arco iris le pone el broche más especial al paisaje. Parece pintado especialmente para nosotros (aunque no me engaño a mí misma, ¡posiblemente el arco iris esté ahí de forma perenne!).
Tras dejar que pasen los minutos e incluso las horas, después de haber realizado todas las fotografías que se nos han ocurrido y de habernos empapado con el mismísimo agua procedente de las cataratas Victoria (este día se me mojó el pasaporte y la mayoría de las páginas se estropearon un poco, algo que lo convertiría en más auténtico para mi gusto J), decidimos que ya es hora de irnos. No hay manera de despedirse de este lugar tan idílico, tan esperado y con el que tanto tiempo llevaba deseando el encuentro. Pero la pena no es demasiado grande porque sabemos lo que viene ahora: si ya hemos visto las cataratas a ras de suelo, ahora toca verlas desde otro punto de vista aún más espectacular…
En la misma puerta de entrada al parque gestionamos todo. Hacemos el pago (unos maravillosos 120 dólares por persona por 12 minutos) y esperamos a que nos recojan. Sí, ya está hecho. No me creo que vaya a ocurrir: nos dirigimos hacia un helipuerto cercano para subirnos al helicóptero que nos acercará, durante los 12 minutos más caros de mi vida, a las cataratas desde el aire. Una experiencia irrepetible y que consigue ponerme el corazón a mil por hora.
Cuando por fin nos montamos en él y comienza a subir, no puedo evitar dibujar una enorme sonrisa en mi cara. Tengo que admitir que los nervios también se apoderan de mi estómago. Sobrevolar de esa manera una estampa tan arriesgada no se hace todos los días, las cosas como son. Pero en cuanto el helicóptero coge algo de altura y comienza el impresionante espectáculo, lo único que siento es una inmensa alegría. Estas imágenes no se me van a olvidar jamás.
Los 12 minutos pasan mucho antes de lo que me gustaría. Tras varias pasadas sobre las cataratas, el helicóptero desciende hasta aterrizar. Nuestras caras son de foto. Estas experiencias son las que me hacen soñar con viajar. Con conocer mundo. No creo que pueda haber nada más bonito en la vida.
Nos montamos en nuestro 4×4 y enfilamos la carretera de regreso a la frontera con Botswana. Hemos disfrutado de Zimbabue tan sólo durante un día… ¡pero qué día! Avanzamos hacia nuestro siguiente destino, donde pasaremos la noche: Kasane. Pero lo hacemos repletos de emoción: estamos viviendo nuestra aventura. Me pongo mis cascos, enciendo mi Ipod y le doy al play. Dejo volar mi mente, hago un repaso a las imágenes del día y me doy cuenta de algo muy importante. Estoy viajando. Y soy muy feliz.
Ya me pasé por las del Iguazú, este año creo que iré a las del Niágara y espero que pronto sea el tiempo de las Victoria porque no sólo son gigantes sino que el entorno tiene muy buena pinta
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Que hermosas fotografías…
Sin duda un lugar que debe ser conocido!