Suena el despertador muy temprano en la mañana. Demasiado para ser fin de semana. Miro hacia la ventana y noto que ya hay cierta claridad en el exterior, aunque aún no ha amanecido. A duras penas me levanto de la cama, cojo mi cámara y el trípode y salgo, bien abrigada, al balcón. Estamos en marzo y a estas horas, a pesar de estar en el sur de Andalucía, hace frío.
Cuando tengo todo preparado disparo la cámara un par de veces. De repente, me quedo quieta. El paisaje que tengo ante mí no puede ser más encantador. Me encuentro en la habitación número 14 del Parador de Arcos, el más bello de los Pueblos Blancos de Cádiz. El enclave perfecto para amanecer un día cualquiera.
Arcos de la Frontera se aferra a la peña sobre la que se yergue como si le fuera la vida en ello. Y lo hace altiva y desafiante. Sabiendo que, durante siglos y siglos, ha sido la preferida de todos los pueblos que por allí han pasado.
Ya en la prehistoria supuso un enclave importante. Después vinieron los fenicios, los romanos, visigodos… hasta la llegada de los árabes en el siglo VIII: sus verdaderos amos e impulsores. Fueron ellos los que convirtieron Arcos en, muy posiblemente, el pueblo más bello de Cádiz .
Y lo cierto es que los Pueblos Blancos no podían tener una mejor carta de presentación. Ahora recuerdo cuando horas antes, en la oscuridad de la noche, nos íbamos acercando hasta aquí en coche… ya en ese momento podíamos intuir que se trataba de un lugar especial. Desde lo lejos se veía la muralla del castillo en la zona más alta de la peña como si de la corona del trono de este reino se tratara. Una estampa preciosa.
Cuando llegamos al pueblo y tuvimos el primer contacto real con el casco histórico arcense –declarado, por cierto, Conjunto Histórico– fui consciente de lo que me esperaba el fin de semana: cuestas y más cuestas. Tan solo comenzar a subir las primeras di mentalmente gracias a mis dos clases de spinning semanales. La avenida por la que avanzábamos cambió varias veces de nombre hasta que de repente, a nuestra derecha, encontramos la plaza del Cabildo. Era en ella donde se encontraba nuestro alojamiento: el Parador de Arcos de la Frontera.
Ahora lo pienso y lo tengo claro: este edificio en el que hemos dormido ha sido la mejor opción, sin duda. Años atrás se trató de la antigua casa del Corregidor y posee las que probablemente son las más impresionantes vistas de todo Arcos. Al salir por sus puertas es inevitable pararse a contemplar todo lo que nos rodea, sobre todo la basílica de Santa María y el Castillo, reconvertido actualmente en ayuntamiento. Hoy, cuando se contemplan todos estos tesoros, es inevitable cerrar los ojos y traer a la mente historias que configuran el pasado del pueblo.
Cuenta la leyenda que cuando los musulmanes habían conquistado Arcos y los cristianos andaban rondando el pueblo para encontrar la manera de atacarlos y hacerse así con el poder, ocurrió algo que cambió la historia. Zoraida, la reina mora, no supo controlar sus impulsos y una noche de luna llena, cuando creyó que nadie la veía, bajó por los pasadizos secretos del castillo hasta la ribera del río para bañarse en sus aguas. Lo que no sabía es que todo un ejército la estaba observando escondido en la oscuridad. Sin ser consciente, Zoraida había revelado al enemigo la manera de entrar en el castillo, algo que acabó ocurriendo y que provocó que los musulmanes fueran derrotados y expulsados de Arcos.
En la misma plaza del Cabildo también existe un mirador desde el que disfrutar de un paisaje asombroso. Lo que hace tan espectaculares las vistas desde este punto es que casi 200 metros más abajo de la peña se encuentra el Guadalete, el río en el que la reina mora se bañó aquella noche y que nace al norte de la sierra de Grazalema. Fue precisamente él el que le dio el nombre a la batalla que le arrebató el poder a los visigodos para concedérselo a los árabes dando paso al periodo andalusí.
En nuestra visita a Arcos decidimos ser prácticos: el pueblo cuenta con miles de historias que merecen ser conocidas. Por eso nos animamos a hacer una ruta por sus lugares más emblemáticos de la mano de Luisa, la única guía oficial de la localidad. Los padres de Luisa son ambos de Arcos aunque por cuestiones varias se vieron obligados a emigrar a Francia hace muchos años. Allí nació Luisa, aunque desde muy joven volvió a sus raíces para establecerse aquí.
Con Luisa recorremos las calles y rincones del pueblo aprendiendo a cada paso. Nos habla del pasado, del presente y del futuro. Nos ilustra cada detalle con historias y leyendas que nos hacen comprender mucho mejor el por qué Arcos de la Frontera es un pueblo tan especial.
Apenas andamos con ella unos metros cuando nos descubre uno de los secretos mejor guardados del pueblo: el por qué las puertas de los edificios son tan grandes que parece que en su interior vivieran auténticos gigantes. Resulta que muchos años atrás la altura del suelo era de uno o dos metros más alto de lo que lo es en la actualidad. El problema es que de esta manera las cuestas eran mucho más empinadas y la vida cotidiana se hacía más dura. Fue por eso que se decidió “limar” las aceras, aunque dejando los edificios como estaban. Por eso fue necesario usar puertas de mayor tamaño y, por ello también, casi todos los edificios cuentan a su entrada con varios escalones.
Pero no era ese el único detalle curioso de las fachadas de los edificios de Arcos. También las ventanas tenían algo que nos llamaron la atención: las coloquialmente llamadas “orejeras”. Unos curiosos huecos a determinada altura de la pared que dejaban un espacio más amplio entre esta y las rejas que las protegían permitiendo a los propietarios poder curiosear lo que ocurría en la calle desde el interior de sus propias casas. Según nos contó Luisa, esto era también aprovechado por las jóvenes parejas para “pelar la pava”. Es decir, hablar, besarse y tocarse a través de ellas sin ser controlados.
Aunque el casco antiguo de Arcos se reparte por varias calles, los reclamos de este singular pueblo son muchísimos. Como por ejemplo sus edificios religiosos, la Basílica de Santa María y la iglesia de San Pedro. Amadas y odiadas, unidas y enfrentadas, estos dos santuarios han competido siempre por sobresalir más que el otro en todos los sentidos. Por eso cuando uno adquiere una reliquia importante, el otro intenta hacerse con el doble de ellas.
Un enfrentamiento que viene de muy atrás en el tiempo. De hecho, todo comenzó cuando en el siglo XIII los nuevos conquistadores decidieron levantar esta basílica sobre la estructura de una mezquita y convertirla en centro de culto cristiano. El problema es que ya existía en el pueblo la iglesia de San Pedro y los vecinos no querían que ningún otro edificio le hiciera sombra. Finalmente, y a petición de los señores de Arcos, fue Roma quien decidió. Y esta optó por nombrar a la basílica de Santa María como “Iglesia Mayor, más Antigua, Insigne y Principal de Arcos”.
En Arcos es fácil encontrarse con alegres macetas de flores colgando de sus paredes. Y con pequeñas plazas que sorprenden al final de la calle menos esperada. También se descubren preciosos patios tras la puerta principal de algún que otro edificio. Y es que en eso reside precisamente el encanto de este coqueto pueblo blanco. En los detalles, en cada uno de los rincones que siempre tienen algo que regalar al visitante.
Continuamos de la mano de Luisa adentrándonos en el corazón de Arcos hasta que llegamos a descubrir el arte en miniatura de Ángel Ruiz. En su pequeño museo, en pleno casco antiguo, muestra las obras más pequeñas que jamás he visto. Pinturas clásicas, cuadros por todos conocidos y algunos otros de creación propia plasmadas sobre los más hermosos lienzos: ni más ni menos que pequeñas piedras.
Por supuesto, sucumbimos a los encantos gastronómicos de Arcos. No podemos evitarlo y comenzamos por algo muy importante: sus vinos. Antes de hacer este viaje ya tuvimos claro que visitaríamos las bodegas de Huerta de Albalá, donde se elaboran dos de nuestros caldos favoritos: Taberner y Barbazul. Los viñedos y las instalaciones se encuentran a las afueras del pueblo, y hasta allí nos vamos sin dudarlo un segundo. Aquí no es Luisa nuestra cicerone personal, sino Andrés Soto, director comercial de la empresa. Recorremos sus largos pasillos repletos de barriles. Aprendemos el completo proceso de elaboración del vino, desde la recogida de la uva hasta la copa en mesa. Y, por supuesto, catamos. Y catamos muy bien. Demasiado bien, diría yo…
Arcos es una de esas escapadas que dejan muy buen sabor de boca. De esos lugares que se recuerdan aunque pasen las semanas, los meses o años. De esos rincones que se recomiendan sin dudarlo en cuanto alguien lo pide. Por eso, desde aquí, lo comparto con vosotros.
Y es que Arcos es así: un rincón gaditano con más encanto que ningún otro. Donde escapar del mundo y sentirse libre, relajado y en paz con uno mismo durante los días que dure la visita.
DATOS PRÁTICOS:
Si se viaja desde Sevilla, Arcos se encuentra a tan sólo unos 120 kilómetros de distancia. Desde Cádiz, sin embargo, se trata de un paseo: hay que recorrer apenas 70 kilómetros para llegar hasta ella. A veces los lugares más pintorescos los tenemos a un tiro de piedra y no somos conscientes de ello.
Lo mejor para conocer este peculiar pueblo, en el que las estrechas y empinadas calles son las absolutas protagonistas, es olvidarse del coche. Y para ello la opción más acertada es dejarlo en el parking público que hay en la Plaza de Andalucía, en la zona más baja de Arcos. Un dato positivo: el parking tiene firmado un acuerdo con casi todos los hoteles y hostales del lugar para que el precio por dejar el coche allí sea de tan sólo 10 euros por día.
Dónde dormir:
Arcos cuenta con numerosas opciones de alojamiento en su casco antiguo. Sin embargo, recomiendo sin dudarlo el Parador de Arcos de la Frontera. Con unas vistas privilegiadas del pueblo sobre la peña y rodeado de los lugares más señalados de Arcos, es un éxito garantizado.
Dónde comer:
El tapeo es un clásico en este pequeño pueblo gaditano. Yo de vosotros no me perdería…
–La Cárcel, calle Dean Espinosa 18
–Taberna Jóvenes Flamencos, justo enfrente de La Cárcel
– Pero para disfrutar al máximo habrá que coger el coche y llegar hasta el pueblo de Espera. Pregunta a los vecinos por El Frasquito y déjate llevar por su gastronomía. Si estás en temporada, prueba las tagarninas, un clásico. Te chuparás los dedos.
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